miércoles, 15 de agosto de 2007

La fiesta Nazi-onal

A punto de finalizar el verano, están también por finalizar las ferias de la mal llamada “fiesta nacional”, ese “espectáculo” horrendo en el que se tortura con total crueldad a un animal para que una panda de infelices y turistas puedan aplaudir y hacer fotos de esa tradición inculcada por los griegos hace ya más de un milenio … Las corridas taurinas no son mas que una técnica de tortura, comparable a las que se emplean con los humanos. Un espectáculo en el que una panda de cobardes asesinos sin escrúpulos cumplen su papel de bufones torturando a un animal tan noble como el toro.

Antes de la corrida se encierra al toro en un cajón oscuro (chiquero), lo que tiene el efecto de aterrorizarlo. Cuando lo sueltan y antes de que llegue al ruedo le clavan el primer arpón de puntas aceradas (divisa). Un animal previamente maltratado, manipulado, encerrado en la oscuridad y con el dolor que le produce la divisa, recorre al galope el ruedo en una actitud aparentemente furiosa. Realmente, cuando el toro desemboca en la plaza, es un animal que busca desesperadamente la salida.

El picador debe clavar la pica en el cuello del toro delante de la cruz. Teóricamente debe penetrar solo la punta de acero de 3 centímetros, pero siempre clavan también los 11 centímetros que siguen hasta el tope, lo que representa heridas de 14 centímetros de profundidad y unos 40 centímetros de extensión, que producen al toro un dolor muy intenso y que lo destroza por dentro.
Algunos picadores retuercen la pica para aumentar la penetración, se apoyan en la barrera y hieren detrás del morrillo o en el costado para provocar una hemorragia abundante. Si el toro le parece al torero demasiado peligroso el picador lo castiga escrupulosamente dejándolo chorreando sangre, medio muerto y limitado grandemente en su capacidad de movimiento. Cada toro recibe una media de 3 a 4 puyazos.

Después de que los picadores dejan al toro hecho una piltrafa, el torero demuestra su valor dándole pases de muleta, agotándolo por el esfuerzo y la perdida de sangre. El toro además de mansurrón es un animal miope, daltónico, torpe e ingenuo que embiste al trapo que agitan delante de el, creyéndole culpable de sus males. Llaman asesino al toro que no se deja engañar y embiste al hombre …

Las banderillas terminan en afilados arpones metálicos de 5 centímetros y mas largos aun en las banderillas negras. Los banderilleros clavan 4 a 6 de estos arpones en las mismas horribles heridas de los puyazos o cerca de ellas. A cada movimiento del toro, las banderillas se mueven haciendo que los arpones horaden y desgarren cada vez mas la carne, aumentando la hemorragia y completando la sádica labor del picador. El terrible dolor que le producen todas estas heridas y el destrozo de los músculos del cuello, es lo que obliga al toro a agachar la cabeza. Cuando el toro llega al ruedo tiene el grave defecto (debe ser un error de la Naturaleza) de llevar la cabeza alta. En esta postura, para matarlo, el torero se tendría que subir a una escalera para clavarle la espada y esto “no seria practico ni conforme a la sublime dignidad” de estos torturadores.

El entrar a matar se trata de clavar la espada, de casi un metro, cerca de las vértebras para lesionar el corazón o algún vaso sanguíneo importante. Esto es la teoría y no pasa casi nunca. Lo mas normal es que la espada solo acierte a alcanzar los pulmones y que el animal agonice lentamente ahogado en su propia sangre, después de varios intentos infructuosos el toro todavía esta vivo, agonizando, gimiendo debido al intenso dolor, vomitando sangre …

Finalmente, se le da la puntilla para intentar seccionar la medula espinal. Si la medula no es seccionada sino solo dañada, el toro no esta realmente muerto, sino con un cierto grado de parálisis y es arrastrado vivo y consciente (en Murcia, en septiembre de 1979, el toro se levanto cuando era arrastrado). Aun en el caso de que la medula quede seccionada, la cabeza del toro sigue viva unos minutos, por lo que siente perfectamente el dolor al cortarle las orejas.
El toro nunca llega totalmente muerto al segundo acto de la carnicería, en esa trastienda de la plaza donde ya no hacen falta lentejuelas para descuartizar. Lo más terrible de todo es no es tanto moro como ser torturado hasta la muerte por diversión. Y todo esto en nombre de la macarena, los patronos de cada ciudad, la virgen de la soledad o el Jesús del gran poder.

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